Nuestro dinero es nuestro voto y, como ciudadanxs debemos tener presente que el modelo actual de producción y consumo nos debe importar más que nunca. Todo depende de ello.
Hace algún tiempo que nuestros comercios de siempre libran una gran batalla contra las enormes y feroces multinacionales y grandes cadenas. Hace algún tiempo que cada vez cuesta más ver aquel panorama que nos describen nuestros padres, madres y abuelxs. Y también hace algún tiempo que nos cuesta más imaginar su futuro.
La turistificación, el precio inasequible de la vivienda, los cambios en la tendencia del consumo (y, por consecuencia, del consumidor) y la poca protección a los pequeños comercios está causando consecuencias que, puede que aún no sean visibles del todo, pero no nos queda mucho para empezar a notarlas.
Hace poco que han aparecido ya neologismos como turismofóbia, que significa “aversión o rechazo al turismo en general” y ya lo recogen entidades como la Fundéu (Fundación del Español Urgente). Barcelona, Madrid, Valencia y Palma de Mallorca son las ciudades españolas que reciben más turismo, y también problemas. El ruido que provocan los turistas, la masificación, la no conservación de los cascos antiguos y los edificios convertidos en hoteles (algunos clandestinos), disparan las denuncias, rechazo y malestar de los vecinos de muchísimas ciudades, que son los que sufren las consecuencias. Solo en Madrid ya existen 13 mil pisos turísticos. Eso se debe a que el alquiler tradicional ha pasado a un segundo plano, y lo que ahora es rentable es alquilar las viviendas a los turistas. Una licencia turística para poder alquilar un piso en Madrid puede costar desde 70 hasta 300€, y los alquileres no suelen bajar de los 100€ la noche. Esto, por consecuencia, hace que haya menos pisos y más caros para la gente que quiere vivir en estos barrios. En Valencia, por ejemplo, el precio de la vivienda se ha disparado un 20% y ya ha habido varios ataques de turismofóbia.
Pero, ¿existe protección para los barrios y sus vecinos y los pequeños comercios? El Ayuntamiento de Barcelona, por ejemplo, está a un paso de bajar el precio de los alquileres y el Pacto de Gobierno que firmaron en marzo Unidas Podemos y el PSOE se compromete a regular el precio de los alquileres, fomentar las viviendas sociales y, además, recoge un Plan Estatal para la rehabilitación. Los pequeños comercios, en cambio, parecen quedar al margen de las ayudas. Antes de la situación de excepcionalidad de la crisis sanitaria, estos comercios recibían pocas, o muy pocas ayudas por parte de los ayuntamientos, CCAA o del Gobierno. Sí que es verdad que a raíz de la pandemia, han surgido ayudas como por ejemplo el primer trecho de abales públicos que concedió el Gobierno el 24 de marzo, con un valor de 20.000 millones de euros. La CEC (Confederación Española de Comercio) lo evalúa positivamente, aunque dice que no es suficiente. Y eso hablando de los que han podido levantar la persiana, que no son, ni mucho menos la mayoría.
Por otra parte, se están llevando a cabo nuevas políticas para regularizar el turismo, como por ejemplo, la implantación de buses en Barcelona, que llevan del centro a la playa de la Barceloneta, la prohibición de construcción de nuevos hoteles en el centro o las webs para obtener información y denunciar a los pisos turísticos ilegales.
¿Pero es suficiente? “No hay un modelo ni una solución clara en ningún punto del planeta, explicaba María Velasco, experta en políticas turísticas de la Universidad Complutense de Madrid, en una entrevista con el diario El País. Apunta que, para lograr que haya una gestión equilibrada en las ciudades se deberían ensayar modelos adecuados en cada contexto y situación. “Es más fácil gestionar una isla o destinos con estacionalidad que ciudades con aeropuertos low cost, apuntaba.
Por otro lado, nos encontramos con los recientes cambios en los modelos de consumo. Mientras tendríamos que estar revolucionando y avanzando a nivel de consumo y producción, nos encontramos estancados en un torbellino de plástico, consumismo e inconsciencia. El modelo de consumo y producción que existe actualmente en España y en todo el mundo no solo es insostenible a largo plazo, si no que ya estamos empezando a notar sus consecuencias. La destrucción de hábitats y ecosistemas, la esclavitud, la desigualdad y la pérdida de recursos, solo son la boca del túnel hacia el que vamos. Debemos emprender un cambio inminente si queremos frenar las desastrosas consecuencias de nuestra avaricia e superproducción. Esto incluso, lo recoge la Plataforma Intergubernamental sobre la Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES). Unai Pascual, economista ambiental y uno de los autores del informe «Evaluación Global de la Biodiversidad y los Servicios de los Ecosistemas» del IPBES, aclara que “es necesario poner en marcha una economía global sostenible, que requiere cambios de comportamiento, sistemas de valores y políticas (como las subvenciones a combustibles fósiles o la agricultura extensiva)
Y, aunque no debemos ser pesimistas, todas estas cuestiones que acabamos de comentar, nos llevaran a situaciones críticas si no cambiamos nuestro modo de vida.
Esto podría suponer la pérdida del producto artesanal, con todo lo que conlleva. El comercio justo, de proximidad y ecológico. El comercio y el cultivo ecológico son muy importantes para nuestra tierra: favorecen a la biodiversidad, hacen un uso responsable de los recursos, no comprometen a las generaciones futuras, evitan la contaminación del suelo, del agua y del aire, al no usar pesticidas, herbicidas y sulfatos. Y, por último, contribuyen a la creación de zonas rurales. También podríamos ser testigos de la pérdida de identidad de los barrios, con la atención personalizada y el carácter que tanto los caracteriza. La pérdida de identidad también puede derivar en la transformación de los barrios y los cascos antiguos.
Eso también tiene por consecuencia que, si las grandes cadenas y las multinacionales se comen a los pequeños negocios, la externalización y la producción fuera del país serán habituales y, por lo tanto, tendremos una notable afectación en la economía. Y eso sin garantizar un producto justo, de proximidad y ecológico.
Pero volvamos al principio. Evolucionar es parte de nuestra sociedad. Queremos experimentar, crear y aprender. Pero lo que no podemos hacer es justificar nuestros actos “evolutivos” para, en realidad, volver hacia atrás.
Los mercadillos, las tiendas de barrios, de los pueblos y sus mercados, tienen que subsistir. Porqué ellos son como la biodiversidad del planeta. Sitios en los que hay gente que se dedica a ello y que te atiende de primera mano, sitios de toda la vida, con experiencia, trato especial y natural. Sitios que han subsistido siempre, porqué han sido el motor de la economía, el motor de las relaciones y del contacto. Donde iba la gente a hablar, a aprender y a conocer.
No dejemos que el monocultivo de las multinacionales arruine nuestro planeta, que somos nosotros. Por eso y suerte de ello, tenemos el dinero para poder votar aquello que es justo, y que debe continuar siéndolo.
Leave a reply